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Este fin de semana se celebrará en toda la Iglesia la I Jornada Mundial de los Pobres

El año pasado, el domingo 13 de Noviembre, mientras en todas las catedrales del mundo se cerraban las Puertas de las Misericordia, el Papa Francisco celebraba en el Basílica de San Pedro el Jubileo dedicado a todas las personas marginadas socialmente. En la homilía, el Papa se expresaba de esta manera: “Precisamente hoy, cuando hablamos de exclusión, vienen rápido a la mente personas concretas; no cosas inútiles, sino personas valiosas. La persona humana, colocada por Dios en la cumbre de la creación, es a menudo descartada, porque se prefieren las cosas que pasan. Y esto es inaceptable, porque el hombre es el bien más valioso a los ojos de Dios. Y es grave que nos acostumbremos a este tipo de descarte; es para preocuparse, cuando se adormece la conciencia y no se presta atención al hermano que sufre junto a nosotros o a los graves problemas del mundo… Hoy, en las catedrales y santuarios de todo el mundo, se cierran las Puertas de la Misericordia. Pidamos la gracia de no apartar los ojos de Dios que nos mira y del prójimo que nos cuestiona… especialmente al hermano olvidado y excluido, al Lázaro que yace delante de nuestra puerta. Hacia allí se dirige la lente de la Iglesia.… A la luz de estas reflexiones, quisiera que hoy fuera la «Jornada de los pobres».”
La frase final no pertenecía al texto de la Homilía preparada para esta ocasión. El Papa Francisco la pronunció espontáneamente, a la vista de los miles de pobres que estaban presentes en la celebración eucarística y con los cuales había compartido los días anteriores. Ellos le habían expresado sus dificultades, junto con los deseos más profundos que llevaban en el corazón; el Papa los había abrazado por un buen tiempo con conmoción e intensidad. Probablemente fueron estas miradas y las lágrimas de aquellas personas las que quedaron hondamente impresas en el momento en que, alzando la vista del texto, anunciaba el deseo de una “jornada de los pobres”. Este deseo, sin embargo, se volvió inmediatamente realidad. Firmando en la Plaza San Pedro la Carta Misericordia et misera, el Papa Francisco añadía como conclusión: “intuí que, como otro signo concreto de este Año Santo extraordinario, se debe celebrar en toda la Iglesia, en el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, la Jornada mundial de los pobres. Será la preparación más adecuada para vivir la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el cual se ha identificado con los pequeños y los pobres, y nos juzgará a partir de las obras de misericordia (cf. Mt 25,31-46). Será una Jornada que ayudará a las comunidades y a cada bautizado a reflexionar cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio y sobre el hecho que, mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa (cf. Lc 16,19-21), no podrá haber justicia ni paz social. Esta Jornada constituirá también una genuina forma de nueva evangelización (cf. Mt 11,5), con la que se renueve el rostro de la Iglesia en su acción perenne de conversión pastoral, para ser testimonio de la misericordia.” (n. 21).
Es en este horizonte, entonces, en el que hay que encuadrar el Mensaje que hoy se presenta para la I Jornada Mundial de los Pobres, que se celebrará en toda la Iglesia el próximo 19 de noviembre, XXXIII domingo del Tiempo Ordinario. Como recuerda el Santo Padre en este Mensaje, “quisiera que, a las demás Jornadas mundiales establecidas por mis predecesores, que son ya una tradición en la vida de nuestras comunidades, se añada esta, que aporta un elemento delicadamente evangélico y que completa a todas en su conjunto, es decir, la predilección de Jesús por los pobres.” (n. 6).
Esta será una jornada en la que toda la comunidad cristiana deberá ser capaz de tender la mano a los pobres, a los débiles, a los hombres y a las mujeres a quienes con mucha frecuencia se les atropella la dignidad. El Mensaje evoca la expresión bíblica de la Primera Carta de Juan: No amemos de palabra sino con obras. Con este lema se quiere configurar el sentido de la celebración mundial. “Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras.” (1Jn 3,18). Son las palabras del evangelista con las que el Papa Francisco introduce su Mensaje. Esta exhortación expresa un imperativo que ningún cristiano puede ignorar. Se vuelve central el señalamiento de una oposición entre la acción, el servicio concreto hecho a los últimos, y el vacío que a menudo esconden las meras palabras. El Papa insiste en este punto: “No pensemos sólo en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia. Estas experiencias, aunque son válidas y útiles para sensibilizarnos acerca de las necesidades de muchos hermanos y de las injusticias que a menudo las provocan, deberían introducirnos a un verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida” (n. 3).
El Mensaje que se presenta en ocho idiomas, puede resumirse fácilmente en dos expresiones que delinean su significado profundo y constituyen su síntesis. La primera se refiere al reclamo del Salmo: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha” (Sal 34,7). El grito de los pobres no puede dejar a la Iglesia insensible; desde el comienzo de su historia y a lo largo de los siglos, la comunidad cristiana, evitando cualquier tipo de retórica, se ha puesto al servicio de los más necesitados, porque “comprendió que la vida de los discípulos de Jesús se tenía que manifestar en una fraternidad y solidaridad que correspondiese a la enseñanza principal del Maestro, que proclamó a los pobres como bienaventurados y herederos del Reino de los cielos (cfr Mt 5,3)” (n. 2). Claro está, el Papa señala el hecho que ha habido momentos en la historia de la Iglesia en los que el grito de los pobres no ha sido escuchado con la debida atención; y sin embargo, incluso en estos periodos no han faltado “hombres y mujeres que de muchas maneras han dado su vida en servicio de los pobres”, escribiendo páginas de historia de las que emerge la “fantasía de la caridad” cristiana (n. 3). La segunda expresión versa sobre el término compartir. Partiendo del ejemplo de Francisco, que “no se contentó con abrazar al leproso” y con darle limosna, sino que comprendió que la verdadera caridad consistía en el estar juntos, cercano, compartiendo el dolor, el sufrimiento de la enfermedad y el malestar de la marginación, el Papa propone como modo de existencia para los creyentes el encuentro con los pobres para “dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida. En efecto, la oración, el camino del discipulado y la conversión encuentran en la caridad, que se transforma en compartir, la prueba de su autenticidad evangélica.” (n. 3).
Como se puede observar, el reto que se quiere poner consiste en salir de la indiferencia, de las certezas y de las comodidades que a menudo son los lugares privilegiados de una cultura adinerada, para reconocer que la pobreza también constituye un valor con el cual confrontarse. Los cristianos, en efecto, saben que la pobreza es también una vocación a seguir a Jesús pobre: “La pobreza significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales. La pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad. … La pobreza, así entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los bienes materiales, y también vivir los vínculos y los afectos” (n. 4).
El Papa Francisco, en este Mensaje, no esconde la dificultad que surge, sobre todo hoy día, de identificar con claridad la pobreza. Él habla de los “muchos rostros marcados por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero”. En suma, presenta una “lista inacabable y cruel” que se alarga siempre más por causa de “la codicia de unos pocos y la indiferencia generalizada” (n. 5).
La terapia que podría ayudar a aliviar esta grave patología se encuentra en forma de reciprocidad: el pobre es alcanzado por la ternura y misericordia de Dios a través de cuantos desean encontrar realmente el rostro de Cristo; de la misma manera, quienes han perdido la dignidad y están al margen, quienes están afligidos por el atropello y por la violencia provocan a los cristianos para que reencuentren el sentido de la pobreza evangélica que ellos llevan impreso en su vida cotidiana.
La dimensión de la reciprocidad se ve reflejada en el logo de la Jornada Mundial de los Pobres. Se nota una puerta abierta y sobre el umbral dos personas que se encuentran. Ambas extienden la mano; una para pedir ayuda, la otra porque quiere ofrecerla. En efecto, es difícil comprender quién de los dos sea el verdadero pobre. O mejor, ambos son pobres. Quien tiende la mano para ayudar está invitado a salir para compartir. Son dos manos tendidas que se encuentran donde cada una ofrece algo. Dos brazos que expresan solidaridad y que incitan a no permanecer en el umbral, sino a ir a encontrar el otro. El pobre puede entrar en la casa, una vez que en ella se ha comprendido que la ayuda es el compartir. En este contexto, las palabras que el Papa Francisco escribe en el Mensaje se cargan de un profundo significado: “Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios.” (n. 5).
La invitación del Santo Padre se dirige a toda la Iglesia, así como a todos los hombres y mujeres de buena voluntad; a todos se insta para que escuchen el grito de ayuda de los pobres. Independientemente de la religión, del color de la piel y de la nación de pertenencia, a todos se les pide no voltear la mirada hacia otra parte. A los cristianos se les pide hacer propia la cultura del encuentro, abatir los muros, los cercados y las alambradas construidos por el egoísmo y el miedo. A todos se les recuerda que la solidaridad y la fraternidad son propias y dignas del hombre en cuanto tal, y constituyen el don originario destinado a la humanidad, sin exclusión alguna. Como la pobreza no conoce confines ni barreras, porque se ha extendido al mundo entero, así también la solidaridad tiene necesidad de ser reconocida como expresión de genuina fraternidad para todos.
Más en concreto, las Iglesias particulares están invitadas a encontrar todas las formas más adecuadas para dar continuidad a cuanto ya existe y que caracteriza la vida del vasto mundo del voluntariado. El Papa Francisco pide que todos se comprometan, sobre todo durante la semana anterior a la Jornada, a “organizar diversos momentos de encuentro y de amistad, de solidaridad y de ayuda concreta.” (n. 7). Se pide, además, invitar a los pobres y a los voluntarios a que participen en la santa Eucaristía del domingo y, luego, se acojan los pobres como “invitados de honor a nuestra mesa”. Para permitir a los sacerdotes y al mundo del voluntariado vivir todavía con mayor intensidad estos momentos, el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización ha preparado un subsidio pastoral che estará disponible a partir del mes de septiembre.
El Papa Francisco estará involucrado directamente en la celebración de esta Jornada, en la presidirá la santa Eucaristía en la Basílica de San Pedro, junto a tantos pobres y voluntarios. Para los voluntarios, en particular, está prevista una Vigilia de preparación el sábado 18 de noviembre en la Iglesia de San Lorenzo Extramuros, para hacer memoria del grande santo romano que elevando la figura del pobre a verdadero y único “tesoro” de la Iglesia, se entregó al martirio, como testimonio perenne de su servicio de caridad. Será un momento para manifestar también el agradecimiento por cuantos cotidianamente y en silencio viven el servicio de asistencia a los pobres, y una invitación para que tantos otros se unan a su testimonio.
Las intenciones del Papa Francisco contenidas en el Mensaje que hoy dirige a toda la Iglesia, se refieren a la esperanza de que esta Jornada Mundial llegue a ser “un fuerte llamamiento, de modo que estemos cada vez más convencidos de que compartir con los pobres nos permite entender el Evangelio en su verdad más profunda. Los pobres no son un problema, sino un recurso al cual acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio” (n. 9)

Fuentewww.pcpne.va

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