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Charlando con Jesús

CHARLANDO CON JESÚS SOBRE LA PENITENCIA Y LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
Niño: Jesús, si el bautismo nos borró ya los pecados, por qué nos diste otro sacramento para borrarlos?

Jesús: Porque por el pecado original  quedasteis muy débiles en vuestro espíritu y, a pesar de vuestra buena voluntad y de haber recibido la gracia del bautismo, seguíais siendo débiles después de bautizados, ya preveía yo que los hombres seguirían pecando.

Niño: Pues allá ellos. Tú ya les has perdonado.

Jesús: Vaya, qué simpático eres. Si yo dijese: allá ellos, ¿no te parece que también podría decirte a ti «allá tú»? Porque algún pecado has cometido ¿no?

Niño: Sí, es verdad, perdona.

Penitencia
Jesús: Lo que mi Padre quiere es que yo no pierda a ninguno de los que me ha dado. Sé que sois tentados, que sois débiles, que pecáis a pesar de los buenos propósitos que hacéis… Por eso di a mi Iglesia el sacramento del perdón o de la penitencia.

Niño: ¿Y le has dado poder a tu Iglesia para que pueda perdonar todos los pecados por grandes que sean?
Jesús: Sí, le he dado poder para que pueda perdonarlos todos, siempre que quienes han pecado estén arrepentidos y no quieran volver a pecar.

Niño: Pero yo veo que muchos se confiesan y después siguen igual que antes.

Jesús: Es cierto, pero ¿verdad que a veces has hecho alguna trastada, le has pedido perdón a tu padre y después has vuelto a hacerla? Por ejemplo, quienes suspenden alguna asignatura porque no han estudiado, piden perdón con el propósito de estudiar, y después vienen los juegos, la televisión, los amigos y… de nuevo a las andadas.

¿Qué haría tu padre si le pidieses perdón a pesar de habérselo pedido varias veces y haber vuelto a hacer lo mismo?

Niño: Me perdonaría otra vez.

Jesús: Pero si él viese que ni estás arrepentido de lo que has hecho, ni tienes el propósito de no volverlo a hacer, ¿te perdonaría?

Niño: Claro que no.

Jesús: Pues así sucede en el sacramento de la penitencia.

Niño: Otra cosa, Jesús, ¿por qué hemos de decir todos los pecados al sacerdote?

Jesús: Vamos a ver, supongamos que has hecho una trastada con tus hermanos, o en el colegio, o por la calle y, al volver a casa, le dices a tu padre: perdóname. Claro, lo primero que tu padre te preguntaría sería: ¿qué has hecho?

Niño: Mi padre me lo preguntaría porque no lo sabe, pero Dios sí lo sabe.

Jesús: Es cierto; pero aunque te perdona Dios, atiende bien a esto te perdona por medio del sacerdote, y el sacerdote no sabe los pecados que has cometido.

Pero es que, además, cuando le dices al sacerdote tus pecados, también tú los vas recordando y le estás pidiendo perdón por cada uno de ellos, y vas viendo qué cosas debes corregir. Porque el sacerdote no actúa como una máquina de perdonar, sino como hombre, representante mío, que debe saber lo que perdona y, además, debe ayudar a no volver a pecar.

Niño: Bueno, otra cosa. Si al decir los pecados, se me olvida alguno, ¿también se me perdona?

Jesús: Sí, también. Lo que Dios quiere es arrepentimiento y buena voluntad. Cuando vas al sacramento de la penitencia no vas como a pasar una aduana en la que revisan todo y, si encuentran algo que no es legal, no vale decir que te has olvidado o que no lo sabías. Hasta te multan.

Y, a propósito, supongo que con frecuencia recibirás el perdón de tus pecados en el sacramento de la penitencia ¿no?

Niño: Bueno, a veces me confieso, pero reconozco que debiera hacerlo más veces y mejor.

Unción de los enfermos
También nos diste un sacramento para ayudarnos a bien morir ¿no?

Jesús: Pues no; eso es lo que piensan algunos. Supongo que te refieres al sacramento de la unción de los enfermos. Este sacramento no es para ayudar a bien morir, aunque ayuda cuando se presenta la muerte. El sacramento de la Unción de los Enfermos es para fortalecer al cristiano cuando esté enfermo, o cuando es ya anciano y tiene, por tanto, los achaques propios de la vejez.

Tú, cuando has estado enfermo ¿verdad que no lo has pasado muy bien? ¿verdad que no tenías ganas de nada, ni de jugar? Pues yo le he dado a mi Iglesia un sacramento para aliviar al enfermo y fortalecerlo en su debilidad, para que se mantenga firme en la fe y con la confianza puesta en mí; y lo he hecho para que tenga fuerzas y me ofrezca la cruz de su enfermedad, y para darle la salud si le conviene. Esto no es un sacramento para bien morir.

Niño: Pero a veces se mueren.

Jesús: Y tú también te morirás, tanto si lo recibes como si no.

Niño: ¿Cómo se celebra este sacramento? Yo nunca lo he visto.

Jesús: Orando por el enfermo y ungiéndolo con aceite.

Niño: Otra cosa que quiero preguntarte. Hay personas que, cuando tienen algún enfermo en la familia, llevan velas a la iglesia y las encienden ante una imagen pidiendo por su salud. ¿Qué es más importante, eso o el sacramento de la unción?

Jesús: Las dos cosas son buenas, porque cuando alguien ofrece unas velas o unas oraciones por el enfermo, claro que está ofreciendo una obra buena al Señor.

Pero contéstame a esta pregunta que te voy a hacer: si estuviese tu madre enferma, ¿qué te gustaría más, que le ofrecieran una vela a un santo en la iglesia, o que tú y tus familiares os juntaseis conmigo y con mi Iglesia para orar todos juntos por ella?

Niño: Que nos juntásemos todos contigo para orar por ella.

Jesús: Pues eso es lo que se hace en el sacramento de la unción de los enfermos. Yo, y mi Iglesia junto a mí, rezamos por el enfermo. Fíjate si es importante este sacramento.

ORACIÓN
Gracias, Padre, porque eres tan bueno que nos perdonas siempre; gracias porque, además, nos has dado un sacramento para perdonar. Pero ¡qué bueno eres!
De verdad que me siento un poco avergonzado cuando pienso en cómo nos quieres y en lo poco que te queremos. Fíjate cómo somos que, a veces, hasta no queremos ser perdonados.

Durante tu vida, Jesús, podemos decir que casi tomaste como profesión curar a los enfermos. Curabas a todos. Especialmente te pido por los niños que, al estar enfermos, no pueden corretear jugando con los otros niños, por los niños que están en una silla de ruedas para toda la vida, por los deficientes… ¡Hay tantos niños enfermos!

Te pido también por los enfermos del alma, por los que no se sienten queridos, y por los que no tienen a nadie que cuide de ellos. Cuida tú de ellos, Jesús. Son tus amigos preferidos.

 

José Gea Escolano 28 abril 2016

fuente: religionenlibertad.com

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